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martes, 15 de enero de 2013

Testimonios epistolares de la represión estalinista de 1937 en contra de los comunistas soviéticos


Los últimos estudios serios sobre la dura década de los años ’30 del siglo XX en la Unión Soviética, década en que el grupo de Stalin había alcanzado la hegemonía prácticamente total en el PCUS(b), han demostrado varias cosas interesantes, como por ejemplo, la nomenklatura como grupo dominante no era tan monolítico como se creía y lo hacían creer los mismos estalinistas, que Stalin mismo y por su propia mano firmó decretos en donde se condena a fusilamiento a muchísimos comunistas y que Yezhov no actuó solo, sino con el respaldo del propio Stalin en el terror (esto desmiente las tesis de Grover Furr).
La represión tuvo aspectos realmente brutales como la condena colectiva de las familias de los acusados de “enemigos” o el hecho en que se encargaran purgas no por las actitudes personales de las víctimas, sino según tablas numéricas regionales, especialmente divididas incluso por etnia. Familias completas fueron destrozadas, las esposas perdieron el trabajo y la ayuda estatal, incluso los padres de los condenados algo que va en contra de cualquier moral y accionar marxista, pero que fue muy típico de la praxis del estalinismo político. 

Si bien el aspecto más destacado del gran terror y las purgas fueron los procesos de Moscú, en donde lo mejor del bolchevismo fueron “juzgados” (pongo entrecomillado todos los términos jurídicos porque no hubo juicio, fue sólo un show mediático-propagandístico) en una farsa de “juicios” y todos los que fueron llevados ante la “judicatura” fueron inexorablemente condenados a muerte. En todos los procesos, en los cuales sólo los miembros más importantes y conocidos (y a su vez no abogados), los acusados terminaron aceptando una lista de crímenes que resulta lógicamente impensable que hayan cometido, el único que negó todos los cargos fue el filólogo marxista editor de Marx, Engels y otros importantes pensadores socialistas e historiador David Riazanov, quien también fue condenado a muerte. El fiscal de la causa, el positivista jurídico Andrei Vyshinsky, había sido un ex menchevique, pero como fue siempre un lamebotas de Stalin eso no le importó al “primer trabajador del mundo”, recordemos que eso sí importó para condenar a León Trotsky.
Yevgeni Pašukanis

Los miembros que eran juristas jamás fueron llevados a juicio, e incluso uno de los redactores de la Constitución soviética, siempre olvidado por la historiografía oficial estaliniana, Yevgenii Pašukanis (Евгений Пашуканис), quizás uno de los máximos exponentes de la teoría marxista del Derecho, fue fusilado sin juicio alguno como “espía”. Era obvio que Pašukanis, objeto de odio personal del mediocre Vyshinsky, no fuera llevado a juicio, pues podía haber destruido todas las artimañas leguleyas del fiscal estalinista.
Para la línea historiográfica estalinista oficial y la línea historiográfica (que podría llamarse revisionismo neo-estalinista) que representan Ludo Martens, Grover Furr y Mijail Kílev entre otros tales acciones fueron necesarias y los condenados realmente eran “trotskistas de derecha” y “agentes nipo-alemanes” o “agentes del imperialismo británico” o “saboteadores” que eran los típicos “cargos” contra ese enemigo omnipresente que tanto asustaba a la dirección estalinista. Y en contra de algunos que han sostenido la “legalidad” formalista del terror (que se le admite a Stalin, pero se le critica al capitalismo) está el hecho en que estas medidas eran absolutamente contrarias a la propia Constitución de 1936 tal y como lo pondrá de relieve uno de los documentos que reproduciré, y es que “la constitución más democrática del mundo” era papel mojado ante el peso de la “raison de parti” que animaba la feroz represión, represión comparable a la zarista, cuando no, aún peor.
Si Lenin había buscado la unidad para lograr la fuerza necesaria para la revolución, Stalin había hecho de la unidad un fetiche y una excusa para poder controlar todo el aparato y la nomenklatura como clase la había transformado en la justificación de la represión a cualquiera que osase cuestionar por un momento la esencia de su poder.

Las cartas que voy a dejar las tomé del capítulo 11 del libro de los historiadores John Archibald Getty y Oleg NaumovLa Lógica del Terror. Stalin y la Autodestrucción de los Bolcheviques, 1932-1939”, cuya traducción editó Crítica en 2001. Los autores tuvieron acceso a los archivos soviéticos y escogieron una serie de documentos, entre ellos estas cartas. Sobre ellas dicen “El terror de 1937 destruyó un número incontable de víctimas y a sus fami­lias. Muchas de ellas escribieron cartas a las personas que ocupaban puestos de autoridad solicitándoles que intercedieran en su nombre para corregir injusti­cias o aliviaran de cualquier otra forma su situación. Estas cartas se enmarcan en una acendrada tradición campesina rusa de apelar a las personas poderosas en busca de ayuda. En ocasiones se dirigían a los órganos oficiales, en particular al Presidium del Comité Ejecutivo Central de los Soviets. Más a menudo se enviaban a personas concretas: a Stalin o a M. I. Kalinin (presidente del Presi­dium del CEC y jefe del Estado nominal). Al ser el único miembro de los lí­deres supremos cuyos orígenes eran campesinos, Kalinin recibía el apodo de «hermano mayor de los campesinos rusos» y, como tal, le llegaban numerosas cartas. Por lo que sabemos, la mayoría no recibieron respuesta durante el terror de 1937 y 1938.
Estas cartas son realmente estremecedoras y son una muestra de la crueldad hacia las víctimas del terror, en una buena parte revolucionarios bolcheviques antiguos. En ellas se apelará desde las tradiciones revolucionarias a la “legalidad” y se insistirá en el absurdo de los cargos imputados, todo lo cual revela el nivel de “facticidad” que existía en el “imperio de la ley” de la “Constitución más avanzada del mundo”.

La primera carta la titulan: Carta de protesta de los prisioneros del Gulag, 31 de marzo de 1937

Dicen Getty y Naumov “En la primera carta reproducida, procedente de prisioneros del Gulag, se in­vocan los derechos elementales y consuetudinarios debidos a los prisioneros revolucionarios. Los reclusos tratan de explotar tradiciones oratorias de los propios estalinistas, muchos de los cuales habían sido deportados revoluciona­rios


Al Comité Ejecutivo Central y el Consejo de los Comisarios Populares de la URSS, Moscú

Tras escuchar el veredicto dictado por la sección del tribunal territorial del territorio de Lejano Oriente en Magadan, en relación con los casos de los camaradas Krol, Baranovsky, Maidenberg, Besitsky y Bolotnikov que, como prisioneros políticos comunis­tas, han sido condenados a muerte, así como los casos de otras 12 personas conde­nadas a 10 años de prisión, nosotros, prisioneros políticos comunistas, no podemos sino protestar contra este castigo dirigido contra comunistas. Los cargos aducidos en su contra son sorprendentes por absurdos y carentes en absoluto de fundamento (preparación para la toma del poder en Kolyma, sabotaje y envenenamiento de los obreros, etc.).
Ninguna persona sensata puede creer en las acusaciones absurdas y difamato­rias que los jueces han formulado contra los acusados. Nos vemos forzados por con­siguiente a buscar otros motivos por los cuales los tribunales se pueden haber dejado guiar a la hora de dictar sus sentencias. Sabemos que los camaradas condenados participaron en huelgas de hambre prolongadas, que no se presentaron a trabajar como protesta por las duras condiciones de vida imperantes en el campo en el que fueron confinados desde el principio por los oficiales al mando del campamento del Noreste (Sevostlag). Los camaradas Krol, Baranovsky, Maidenberg y otros sólo han sido culpables de resistirse al intento del NKVD de hacer de la esclavitud en el cam­pamento una situación crónica para los prisioneros políticos comunistas, un régimen de aniquilación física y moral. Buscaban la concesión de un régimen político, es decir, de unas condiciones de reclusión que generaciones de revolucionarios desearon en las prisiones zaristas y de las que ya habían gozado los prisioneros políticos en las pri­siones y los campamentos soviéticos. Preferían morir de huelgas de hambre indefini­das, como ya había ocurrido con sus camaradas G.Ter-Oganesov, M. Korjina, M. Kurits o E. Solntsev, a renunciar a su dignidad política y convertirse en esclavos. El NKVD adoptó medidas extraordinariamente severas para reprimir las huelgas de hambre, pese a lo cual se vio parcialmente obligado a satisfacer las demandas de los prisione­ros que las llevaban a cabo. Eso fue algo que los carceleros no pudieron perdonar y esperaron el momento oportuno para infligirles un castigo como venganza.
Protestamos contra los procesos judiciales ilegales empleados contra unos revolucionarios proletarios firmes, que el tribunal estalinista se ha atrevido a procesar por primera vez. El examen judicial, iniciado el 8 de febrero de 1937 y llevado a cabo de una manera transparente, fue detenido súbitamente, evidentemente en vista de la absoluta falta de fundamento de los cargos. Un mes después, el juicio se reinició en privado. Así pudieron los jueces ocultar ante la opinión pública la falta de fundamento de las acusaciones y dictar su sentencia vengativa.
Solicitamos a los órganos supremos del poder soviético que tengan en cuenta el hecho de que, en relación con el juicio de los prisioneros políticos celebrado en Magadan, se han procedido a una incitación sistemática a la realización de pogromos [pogromnaia agitatsia] y a la persecución de los prisioneros políticos en Kolyma, con la participación directa de muchos funcionarios, debido a lo cual se han hecho más frecuentes los actos de violencia física perpetrados por los reclusos de derecho co­mún contra los prisioneros políticos, Como ejemplo, podemos citar el ataque de ban­doleros contra los barracones ocupados por prisioneros políticos en nuestro campo, llamado "Plan quinquenal”, la noche del 27 de marzo de 1937, que terminó con una paliza muy grave a tres personas. Además, un guardia que acudió en ayuda de los pri­sioneros políticos fue herido gravemente con un puñal. Los bandoleros efectuaron su pogromo bajo la divisa «Por cada diez trotskistas muertos, sólo añadirán un año a nuestra condena».
Consideramos al gobierno responsable directo de las muertes de los ciudada­nos comunistas y de las futuras víctimas de la imposición arbitraria de la autoridad por los órganos de represión, así como de las futuras víctimas de los pogromos efectuados por los bandoleros. Exigimos que se ponga fin a los pogromos y a las persecuciones.
Exigimos la instauración de condiciones de vida normales para los prisioneros po­líticos. El primer paso en esta dirección debería ser la anulación de las sentencias dic­tadas por el tribunal de Magadan en relación con los casos de los camaradas Krol, Maidenberg, Baranovsky y otros.
Sh. Gocholashkvili, P. Sviridov, N. Maji, prisioneros políticos.
31 de marzo de 1937


La segunda carta la titulan: Carta de Tkachenko a Kalinin, junio de 1937

Dicen los historiadores: “En la segunda, Tkachenko recurre a una es­trategia distinta. No niega la representación oficialmente prescrita de la realidad, según la cual los «orígenes ajenos» o las «conexiones con elementos extraños» era incompatible con la pertenencia al partido. En lugar de ello, Tkachenko aduce normas constitucionales y legales enunciadas por el régi­men, a las que añade pruebas fácticas, para negar su culpabilidad”.


¡Mijail Ivanovich!
Una cruel injusticia me obliga a volverme hacia usted en busca de ayuda para elucidar un artículo de la Constitución.
El artículo 127 de la Constitución de Stalin establece lo siguiente: «Se garantiza­rá a los ciudadanos de la URSS la inviolabilidad de sus personas». Mis hermanos y yo hemos sido víctimas de una afrenta cruel totalmente inmerecida, que va mucho más allá de los límites de una bofetada moral en la cara.
Durante la comprobación de los documentos del partido, se me dijo que había ocultado mis orígenes socialmente extraños y que mis cuatro hermanos habían pres­tado servicio en el ejército basmachí [un movimiento antisoviético de Asia central]. Yo fui expulsado del partido. En realidad, ni uno solo de mis hermanos ha prestado servi­cio un solo día a los basmachíes. Por el contrario, sirvieron en los destacamentos de los partisanos rojos y en el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos (RKKA). Además, uno de ellos fue muerto por los basmachíes.
Ningún miembro de la KPK [Comisión de Control del Partido] creyó en la validez de mis documentos cuando los presenté. Tampoco creyeron en lo que los documentos decían sobre mi padre, es decir, que era un campesino de nivel medio. Por el contra­rio, afirmaron que mi padre había sido deskulakizado. (¡Mi padre murió en 1913!) En resumen, he sido expulsado del partido en todos sus niveles «por ocultar mis oríge­nes socialmente extraños y porque mis cuatro hermanos prestaron servicio a los basmachíes».
De modo que quisiera saber si la constitución, de conformidad con la política so­viética, me da derecho a solicitar conocer el apellido de mi difamador para poder in­coar una causa contra él por difamación. ¿Tengo derecho, según la legislación sovié­tica, a eliminar este baldón que nos ha echado encima, a mí y a mi familia, un difamador, y que hace que a mi familia y a mí nos reciban en todas parles con des­confianza, suspicacia e insultos? Quisiera saber hasta qué punto la legislación básica aplicada en la Unión garantiza un estatus digno y la inviolabilidad personal a un ciu­dadano honesto como yo, y qué dispone en relación con los calumniadores.
En otras palabras, quisiera saber qué significan las siguientes palabras de la le­gislación fundamental de nuestro país en relación con mi caso, el de un ciudadano honesto: «Se garantizará a los ciudadanos de la URSS la inviolabilidad de sus personas».
Le ruego, Mijail Ivanovich, que elucide esta cuestión en las páginas de Izvestia.


Tkachenko.
Dirección: Moscú, 144, calle Izvoznaia, 2; casa n° 29, St. kor n° 2, edificio 7, apartamento 27.
[Notas a mano en la parte superior del documento:]
Al camarada Markov. Aclara este asunto y averigua exactamente de qué se trata. MK [Kalinin], 4 de junio de 1937.
Convoqué a Tkachenko a darme una explicación personal. 13 de junio de 1937. N. Markov.

Tercera Carta: Carta de V. Trofimov a Kalinin


Anotan los historiadores: "La tercera carta, de Trofimov, ilustra una tercera estrategia. Como Tkachenko, Trofimov no cuestiona el lenguaje dominante sobre enemigos y traidores. A diferencia de él, en cambio, pone de reheve el problema de la difamación y de que las acu­saciones injustas pervierten los procesos judiciales".


Trofimov. Vlad.
Moscú, 23 de agosto de 1937
¡Querido Mijail Ivanovich!
Durante una visita realizada hoy a la familia Akulov, descubrí que Iván había sido arrestado. No logro sacarme de encima la tremenda conmoción que me ha produci­do. Pero, al mismo tiempo, no puedo aceptar la idea de que Iván sea un traidor al par­tido y a la patria. Hace treinta años que lo conozco y siempre lo he visto como un só­lido leninista-estalinista y como un hombre honesto. ¿Qué ha ocurrido? ¿Ha sido quizá victima de las difamaciones? Esta idea me tiene desasosegado.
Yo he sufrido personalmente en dos ocasiones todo el peso de la calumnia. En 1921 fui juzgado por el tribunal revolucionario gracias a los desvelos de un canalla lla­mado Moiseev (no el especialista en silvicultura, sino un periodista). A raíz de su difa­mación, una persona no desconocida llamada Lominadze, que a la sazón era secre­tario del comité de distrito, exigió en la reunión de distrito del partido que la gente como yo (no mencionó mi nombre), ¡fuera puesta contra el paredón! El segundo caso de difamación tuvo lugar hace un año, cuando supuestamente quise alabar a Trotsky, ¡a ese monstruo! Y resultó que las cuatro personas que me habían difamado o que se habían ocupado de mi caso cruel y burocráticamente, todas ellas, al margen de mi caso, fueron expulsadas en diferentes momentos del partido.
Escriba esta carta bajo los efectos recientes de la noticia sobre Akulov. Querido Mijail Ivanovich, en lo más profundo de mi conciencia, no puedo resignarme a la idea de que sea un traidor. Perdóneme por molestarle.
Vlad. Trofimov

2 comentarios:

Jose Luis Forneo dijo...

"Si bien el aspecto más destacado del gran terror y las purgas fueron los procesos de Moscú, en donde lo mejor del bolchevismo fueron “juzgados” (pongo entrecomillado todos los términos jurídicos porque no hubo juicio, fue sólo un show mediático-propagandístico) en una farsa de “juicios” y todos los que fueron llevados ante la “judicatura” fueron inexorablemente condenados a muerte".

Curioso testimonio, que discrepa incluso del de los embajadores de las potencias capitalistas presentes en el juicio.

En cuanto a las cartas, cuando dices, "dicen los historiadores", ¿a cuales te refieres?

Por otro lado, Groverr Furr no dice que Stalin no firmara sentencias de muerte, sino que su número no fue tan exagerado como decia la propaganda nazi y de la prensa de Hearst. Lo cierto es que también demuestra que gran parte de las condenas a muerte fueron anuladas.

Saludos

Disidente del Capitalismo dijo...

Los historiadore son Getty y Naumov, pues tal como digo en el comentario, de su libro saqué las cartas, por una cuestión estilísitica no los cité en cada momento, pero debería entenderse por el contexto.
En cuanto al testimonio de los embajadores de las potencias capitalistas, siempre me ha resultado curiosísimo que cuando se trata de defender al padrecito Iosif Vissariónovich los testimonios capitalistas positivos valen muchísimo, pero cuando le son adversos entonces es mera "propaganda imperialista", además no todos los testimonios son congruentes, unos se tragaron la farsa, otros no. Tanto Broué como Getty, Naumov y otros coinciden en que los juicios fueron una farsa (y dan una serie de pruebas y argumentos más sólidos que citar lo que dijo tal o cual embajador), las actas autoinculpándose de horribles listas de crímenes son un espectáculo realmente absurdo (para alguien que sabe Derecho cacha que simplemente está todo preparado de antemano y que el comportamiento de un acusado no es tal) y mucho de lo que dicen es bastante ilógico, está más que probado, sólo un acto de fe fundamentalista puede seguir creyendo que Bujarin, Piatakov, Rianzanov y otros eran realmente culpables de las listas de crímenes.
Getty y Naumov también afirman que el número no es decenas de millones tal como lo dice la propaganda capitalista (y eso le ha traído el cuestionamiento a Getty de ser "stalinista"), pero el número de muertos sobrepasa con creces el medio millón de fusilados políticos (en su gran mayoría militantes del PCUS(b)). Y si bien algunas condenas fueron anuladas, también son ciertas las listas que buscaban "enemigos" para completar "números redondos" (sic, así salen en tales actas secretas) fueron firmadas por el mismísimo Stalin y sus testaferros, y los números no son una decenas, sino millares, y peor aún, dividadas por etnias.
El gran terror stalinista no tiene justificación alguna desde ningún punto de vista e incluso desde una táctica política totalmente maquiavélica resultó ser perjudicial.

Saludos.